Durante mi estancia profesional en el Nido Scuola Jacarandà, ubicado en pleno entorno urbano de Milán, he tenido la oportunidad de conocer de cerca un proyecto educativo que sitúa a las niñas y los niños como verdaderos protagonistas del aprendizaje. Este centro, que acoge a más de 130 menores de entre 6 meses y 6 años, se inspira en el enfoque pedagógico Reggio Emilia y ofrece una enseñanza bilingüe (italiano–inglés) en un entorno que cuida con esmero la estética, la relación y la experiencia cotidiana.
Uno de los aspectos más relevantes ha sido descubrir cómo el espacio arquitectónico actúa como un tercer educador: cada ambiente está diseñado para fomentar la autonomía, la curiosidad y la interacción. El centro se organiza como una pequeña ciudad, con un ágora central que permite la visibilidad de lo que ocurre en los diferentes espacios y favorece una vida comunitaria rica y compartida.
La dinámica del aula refleja una organización intencionada del espacio y del tiempo, adaptada a los ritmos y necesidades de las niñas y los niños. La jornada se estructura en torno a propuestas abiertas, que surgen de la observación atenta del equipo docente, el cual prepara cuidadosamente los contextos de aprendizaje. Se promueve el juego como herramienta de construcción de conocimiento, y se favorecen experiencias que estimulan la creatividad, la expresión oral, la experimentación y el pensamiento crítico desde edades muy tempranas.
La atención a la diversidad es otro pilar fundamental del centro. La inclusión se refleja no solo en los recursos y apoyos disponibles, sino también en una mirada pedagógica profundamente respetuosa, que reconoce a cada niña y a cada niño en su singularidad, con sus propias potencialidades y lenguajes. El trabajo en equipo entre docentes, coordinadoras y la atelierista permite un enfoque compartido, reflexivo y en continua evolución.
Desde el punto de vista metodológico, me ha llamado especialmente la atención la importancia otorgada a la documentación pedagógica de los procesos de aprendizaje. Las docentes recogen evidencias visuales y narrativas que no solo contribuyen a evaluar el desarrollo del alumnado, sino que también permiten implicar a las familias en la vida del centro. Esta práctica refuerza la escucha activa y da visibilidad a los múltiples modos de aprender y expresarse de la infancia.
Durante la estancia, he podido participar activamente en el desarrollo de diversas actividades, colaborar en su planificación y reflexionar junto al equipo educativo sobre los principios que guían su práctica. Ha sido una experiencia profundamente enriquecedora desde el punto de vista profesional y personal, que me impulsa a repensar nuestras formas de acompañar a la infancia desde el respeto, la confianza y la convicción de que las niñas y los niños tienen mucho que decir, si sabemos escucharles.