Una ventana a la enseñanza en Alemania
Hace unos días he regresado de una estancia de 15 días en el Gymnasium St. Hildegard, un centro educativo en Ulm, en el estado de Baden-Württemberg (Alemania). Soy Susana Bartolomé Cortés, profesora de alemán en EOI. Hacía ya muchos años que no había tenido la oportunidad de participar en el día a día de un centro escolar alemán y esta experiencia ha sido un gran regalo porque he podido observar a docentes de distintas disciplinas desde enfoques pedagógicos muy distintos al mío dentro de la enseñanza reglada.
El Gymnasium St. Hildegard tiene una fuerte orientación humanística y científica y es un centro que definiría como una comunidad escolar dinámica, comprometida y abierta a la innovación.
Con más de 1.200 alumnas y un claustro de más de 100 docentes, el centro destaca por una organización impecable y una cultura escolar que valora la participación, la autonomía y la interdisciplinariedad. Es un centro confesional católico, pero abierto y plural, en el que el respeto, la convivencia y la cooperación no son solo valores, sino prácticas vividas en el día a día.
Especialmente llamativa es la atención a las lenguas extranjeras, con un peso relevante del español, que el alumnado estudia hasta alcanzar un nivel de competencia tan alto como lo es el nivel B2 o incluso C1 del MCER en el equivalente a nuestro 2º de Bachillerato. Las clases se apoyan en metodologías activas que estimulan el pensamiento crítico y la interacción constante dentro de grupos que en general no son numerosos.
He tenido la suerte de participar en numerosas clases y reuniones de coordinación docente. He podido observar cómo se planifica el día a día en el centro y, sobre todo, cómo se trabaja de forma cooperativa, tanto entre profesorado como entre alumnado.
Me llamó especialmente la atención el uso de la tecnología: cada docente trabaja con un iPad proporcionado por el centro, y la interacción digital forma parte del flujo natural del aula. Ya no hay ordenadores de sobremesa en las aulas y todo el mundo digital se desarrolla a través de los iPads. El libro de texto, en muchos casos, ha quedado relegado a un segundo plano en favor de materiales propios, colaborativos e interdisciplinarios.
Una de las actividades más memorables fue una dinámica de grupo en la que el alumnado de un grupo de unas 25 personas, debían darle la vuelta a un gran plástico extendido en el suelo pisándolo, es decir subidos a él, pero sin salirse del mismo. A través de este simple juego, se fomentó el trabajo en equipo, la toma de decisiones y la reflexión compartida. Fue una lección magistral de cómo aprender desde la acción para lograr más cohesión en el grupo.
Desde el primer día me llamó la atención el alto grado de autonomía del alumnado, visible no solo en la organización del centro, donde los estudiantes tienen libertad de movimientos a partir de edades muy tempranas, sino sobre todo en el aula. Allí, el aprendizaje se construye sobre la base de la deducción, la reflexión y el intercambio de ideas. No se trata tanto de memorizar o tomar apuntes, como de interpretar, analizar, argumentar y participar activamente en el proceso de construcción del conocimiento.
Esta apuesta decidida por el pensamiento crítico se refleja en metodologías dinámicas, donde el profesorado guía, pero no dirige en exceso. El alumnado explora, discute, se equivoca y vuelve a empezar. Desde una clase de poesía comparada en alemán, hasta debates sobre el agua como derecho humano en español o el papel del Tribunal de Justicia Europeo en política, el foco está siempre en que el estudiante piense, cuestione y conecte el contenido con su realidad.
Más allá del aula tuve la suerte de poder integrarme en actividades del profesorado extraescolares, como son sesiones deportivas semanales organizadas por el propio centro.
He vuelto con la maleta llena de ideas: desde propuestas metodológicas, hasta pequeñas acciones para fomentar la autonomía en el aula, pasando por el impulso a posibles proyectos de colaboración entre centros. Sobre todo, regreso con la idea de que la educación gana cuando se comparte, se compara y se vive con apertura.
Le recomendaría estas estancias a cualquier docente inquieto con una mente abierta para a través de la experiencia poder crecer aún más profesionalmente, abrir nuevas puertas y, sobre todo, para poder volver al aula con una mirada renovada. En este camino del aprendizaje, mirar más allá de nuestras fronteras también puede ser una forma de crecer.